viernes, 4 de abril de 2014

En el pecho no guardaba nada

Érase una vez.. una cuidad perdida en medio del bosque más perdido de todos. En esta pequeña cuidad, los habitantes tenían una particularidad especial: en el pecho tenían flores.
Todos los habitantes tenían flores que les salían del pecho, flores grandes, pequeñas, flores de todos los colores y de todos los olores. Pero éstas flores también tenían algo especial. Reflejaban emociones. Por ejemplo, cuando alguien estaba triste, las flores de ponían mustias; si estaba alegre, las flores brillaban lozanas.
Justo en medio de aquella cuidad, había una estatua de una muchacha. A simple vista no tenía nada en particular. Pero si uno se fijaba bien, aquella estatua daba escalofríos: en el pecho, donde debía haber flores, no había absolutamente nada. A los pies de la estatua había una leyenda que rezaba así:

Hace mucho mucho tiempo, en esta cuidad vivió una muchacha que le tenía alergia a los sentimientos. Quería por todos los medios posibles, deshacerse de ellos. Así que probó muchas cosas para ello: vivió semanas con los ojos cerrados, pensando que si no veía nada, no sentiría. Pero pronto se dió cuenta de que olía, oía o percibía las cosas, y por tanto, las sentía. Después intentó no volver a salir de casa jamás, pero sentía, soledad, pena, necesidad..
Así que poco a poco, sentía más desesperación, las flores de su pecho se movían inquietas y su alergia iba en aumento.
Un día, presa de un arrebato de desesperación probó a arrancarse una de las flores. Esta flor era de un azul muy intenso, del color del océano. Y sorprendida la muchacha comprobó que ya no podía sentir tristeza, ni pena, ni siquiera lástima o nostalgia. Así pues probó a arrancarse otra de las flores: esta vez fue una de gran flor amarilla con cientos de tonalidades naranjas.. al instante, dejó de sentir alegría, entusiasmo, felicidad.
Pero lo que no advirtió la muchacha, es que poco a poco en el lugar de los sentimientos arrancados iba creciendo un vacío que estaba compuesto de la más absoluta nada.
Así pues, la muchacha alérgica a los sentimos siguió arrancándose flores. Pronto también dejó de sentir odio, esperanza, empatía, sorpresa.. Hasta que solo quedó una flor.
Esta última flor era de un rojo intenso, del color de la sangre. Y era tan bonita que dolía mirarla. Y estaba tan llena de espinas que atraía. Era la del amor. La flor que más alergia le producía a la muchacha y el sentimiento que más le había hecho sufrir. Así que se arrancó esta flor, la destrozó, trituró cada uno de los pétalos. Los hizo polvo. Si hubiera podido sentir alegría en ese momento, la muchacha lo habría sentido, al haber acabado con su propósito.
En ese momento, en vacío que tenía en el pecho se extendió a todo se cuerpo y se asentó en sus ojos. Unos ojos tan llenos de vacío que nadie era capaz de soportar mirarlos.

La leyenda de aquella niña que se arrancó todas las flores, acaba diciendo que aquella niña, creció, se hizo mujer, envejeció y finalmente murió, pero ni siquiera en su último instante de vida, aquella nada que vivía en sus ojos dejó de estar presente. Por eso, esta estatua representa a aquella niña, para recordarnos a todos que nuestras flores puede causar alergia y nuestros sentimientos doler, pero que sin ellos, no somos nada.

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